La Sinhombre (Fragmento).
Eric Marváz
Entró al cuarto y revisó las monedas que tenía en la mano. Le dieron cambio de menos. Antes de ir a reclamar buscó el ticket de la compra, estaba dentro de la bolsa mojado por la humedad de las botellas de agua fría, lo despegó con cuidado del envase. Al revisarlo los ojos se le abrieron grandes y leyó. “El vello claro de la nuca se anticipa a mi respiración, se eriza cual presa acorralada. Tus senos se yerguen apuntando al este, y los pezones sienten mis dientes hincándose, mordiendo tu carne. El capullo florece y la miel convoca al chupa rosa y a la abeja, tu pistilo late indagando el ambiente. Estás cerca del mar y del mar eres. Mar calmo antes de la tempestad. El oleaje te ha acometido siempre, tus caderas lo asimilaron desde que aprendiste a caminar, te fue tan natural como la abertura en canal de tu sexo sangrante.” Eso estaba escrito. Destapó la botella de ron, dio un largo trago que le quemó la garganta y alborotó las ansias. Encendió el televisor y se recostó en la cama, hasta entonces reparó en la falda floreada y en la azalea embarrada en su sexo latente. Levantó la prenda hasta la cintura y separó las piernas. Los vellos se le escapaban por los lados del bikini blanco y se pensó impúdica como mujer pública. Buscó un canal erótico en el aparato transmisor pero lo único que encontró fue un programa de publicidad de aparatos de ejercicio con gente de cuerpos depilados y musculosos: con eso bastaba. Regresó a la cama y mientras bebía ron, empezó a bordear el resorte del calzón de baño desde la parte superior, dibujaba los contornos sintiendo los pelos suaves y alborotados que escapaban. Tenía los senos hinchados y las manos de cera, mejor, así pensaba que eran manos de cualquiera menos las suyas. La aglomeración de líquidos hacía su parte y la volvían incontinente, manantial, presa desbordada, diluvio. El ron que le entraba por la garganta se le convertía en baba espesa que le nacía en el abdomen y buscaba salida por la boca de abajo. Espuma blanquecina le brotaba del sexo. Separó el trozo de tela y con un dedo zigzagueó por la geografía dispareja de sus dobleces exuberantes, el sudor de la entrepierna se le mezclaba con el borbotón viscoso de la exigencia. Los cuerpos se contraían y tensaban en la pantalla, ponía especial atención en los abultamientos profanos de los miembros metidos en pantaloncillos elásticos. Deseaba uno, el de él en especial, pero en esos instantes no le importaba cuál. Metió un par de dedos por la zanja lubricada y no le bastó, tapó la botella y la hundió entre su labia empujándola con las dos manos, hasta el dolor. Obtuvo un orgasmo tan fuerte que le hizo apretar con su vagina el cuello del recipiente empujándolo hacía afuera. Limpió la botella con la lengua hasta obtener de regreso todos sus fluidos mientras temblaba incontroladamente por la intensidad del momento. Cambió de canal. Totalmente desnuda siguió bebiendo y viendo películas viejas en blanco y negro. No quería pensar. Y sin pensar se quedó dormida a la hora imprecisa en que caía la cerrazón. En ese lapso, el húmedo fragmento de poesía, se deslizó con el andar ágil de un cangrejo para escabullirse por debajo de la puerta.
Eric Marváz
Entró al cuarto y revisó las monedas que tenía en la mano. Le dieron cambio de menos. Antes de ir a reclamar buscó el ticket de la compra, estaba dentro de la bolsa mojado por la humedad de las botellas de agua fría, lo despegó con cuidado del envase. Al revisarlo los ojos se le abrieron grandes y leyó. “El vello claro de la nuca se anticipa a mi respiración, se eriza cual presa acorralada. Tus senos se yerguen apuntando al este, y los pezones sienten mis dientes hincándose, mordiendo tu carne. El capullo florece y la miel convoca al chupa rosa y a la abeja, tu pistilo late indagando el ambiente. Estás cerca del mar y del mar eres. Mar calmo antes de la tempestad. El oleaje te ha acometido siempre, tus caderas lo asimilaron desde que aprendiste a caminar, te fue tan natural como la abertura en canal de tu sexo sangrante.” Eso estaba escrito. Destapó la botella de ron, dio un largo trago que le quemó la garganta y alborotó las ansias. Encendió el televisor y se recostó en la cama, hasta entonces reparó en la falda floreada y en la azalea embarrada en su sexo latente. Levantó la prenda hasta la cintura y separó las piernas. Los vellos se le escapaban por los lados del bikini blanco y se pensó impúdica como mujer pública. Buscó un canal erótico en el aparato transmisor pero lo único que encontró fue un programa de publicidad de aparatos de ejercicio con gente de cuerpos depilados y musculosos: con eso bastaba. Regresó a la cama y mientras bebía ron, empezó a bordear el resorte del calzón de baño desde la parte superior, dibujaba los contornos sintiendo los pelos suaves y alborotados que escapaban. Tenía los senos hinchados y las manos de cera, mejor, así pensaba que eran manos de cualquiera menos las suyas. La aglomeración de líquidos hacía su parte y la volvían incontinente, manantial, presa desbordada, diluvio. El ron que le entraba por la garganta se le convertía en baba espesa que le nacía en el abdomen y buscaba salida por la boca de abajo. Espuma blanquecina le brotaba del sexo. Separó el trozo de tela y con un dedo zigzagueó por la geografía dispareja de sus dobleces exuberantes, el sudor de la entrepierna se le mezclaba con el borbotón viscoso de la exigencia. Los cuerpos se contraían y tensaban en la pantalla, ponía especial atención en los abultamientos profanos de los miembros metidos en pantaloncillos elásticos. Deseaba uno, el de él en especial, pero en esos instantes no le importaba cuál. Metió un par de dedos por la zanja lubricada y no le bastó, tapó la botella y la hundió entre su labia empujándola con las dos manos, hasta el dolor. Obtuvo un orgasmo tan fuerte que le hizo apretar con su vagina el cuello del recipiente empujándolo hacía afuera. Limpió la botella con la lengua hasta obtener de regreso todos sus fluidos mientras temblaba incontroladamente por la intensidad del momento. Cambió de canal. Totalmente desnuda siguió bebiendo y viendo películas viejas en blanco y negro. No quería pensar. Y sin pensar se quedó dormida a la hora imprecisa en que caía la cerrazón. En ese lapso, el húmedo fragmento de poesía, se deslizó con el andar ágil de un cangrejo para escabullirse por debajo de la puerta.
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