viernes, 24 de diciembre de 2010
martes, 15 de junio de 2010
Querido Dinko por Pterocles Arenarius
Querido Dinko
por Pterocles Arenarius
por Pterocles Arenarius
Para María
Dinko Pavlov, un hermoso hombretón, barbudo, eslavo pero chileno pero eslavo, poeta, grandioso bebedor, izquierdoso, formidable y divertido para la conversación. Un lindo sujeto. Nos encontramos por primera (y última) vez en nuestras vidas en Tulancingo, Hidalgo, precisamente en el I Encuentro Latinoamericano de Escritores que organizara la asociación civil Culturalcingo que dirige Cristina de la Concha. Dinko, un excelente poeta y no menos notable narrador, fue una de las estrellas de aquel inolvidable encuentro de escritores. Pero además de dignísimo exponente de su país, era un maravilloso, simpatiquísimo conversador y, para completar las muy gratas veladas en su compañía, Pavlov era además un formidable tenor que fácilmente hubiera podido ganarse la vida cantando.
Entre sus grandes amigos chilenos que nos acompañaron en aquel encuentro, nos contaron que en alguna vez en que compartían habitación, dejaron afuera al “Ruso” Pavlov. Cuando éste llegó comenzó a entonar el nombre del interfecto con su privilegiada voz de tenor dando, digamos, un do subido de tal manera que toda la vecindad se alarmó con las extraordinarias entonaciones del entrañable ruso. Los que estaban adentro se apresuraban siempre a abrirle o a tenerlo bien dotado de llaves para que no los llamara entonando con su potentísima voz y con ello se enterara el vecindario en tres kilómetros a la redonda.
Hoy Dinko ha muerto.
Cuando un gran amigo, un gran hombre, se muere, nos consolamos (¿hasta qué punto con razón?) con ideas metafísicas, espirituales, con pensamientos de vidas “mejores”. Pero lo único que nos queda es la soledad y un vacío enorme. De alguna manera nos damos cuenta que nuestro mundo se ha empobrecido. Pero además, objetivamente, cuando muere un poeta, el mundo se ha vuelto un poco peor que antes.
Otra manera mucho mejor de consolarnos es leyéndolo. Es el gran homenaje, es la manera en que recuperamos a nuestro querido amigo y mediante la cual encontramos que si desapareció de este mundo, algo, más bien mucho de él queda en este mundo: sus versos, sus cuentos, sus novelas. Los poetas, lo dijo Manuel Gutiérrez Nájera, no mueren del todo.
Leamos a Dinko Pavlov.
ARREOLITA CONSCIENTE
ARREOLITA CONSCIENTE
Para Fernando
La literatura que amé se ha convertido en cuento.
Se me convierte en cuento cada vez que, rilkeando,
no puedo hacer más cosa que escribir,
aunque no escriba cuentos, qué más da.
¿Qué son los géneros, dices, mientras clavas
académico, en mí, tu absurda daga?
(En mí puede cambiarse por cerril, al gusto).
Yo simplemente gozo al escribir,
al escribirte,
y nos escribo y gozo y soy más yo
y mejor;
alguien en un café me está leyendo
y siente una pequeña picadura.
El primigenio caos se va ordenando
y todo es realidad
de otra manera…
Yo soy el lugar de sus apariciones.
Para Fernando
La literatura que amé se ha convertido en cuento.
Se me convierte en cuento cada vez que, rilkeando,
no puedo hacer más cosa que escribir,
aunque no escriba cuentos, qué más da.
¿Qué son los géneros, dices, mientras clavas
académico, en mí, tu absurda daga?
(En mí puede cambiarse por cerril, al gusto).
Yo simplemente gozo al escribir,
al escribirte,
y nos escribo y gozo y soy más yo
y mejor;
alguien en un café me está leyendo
y siente una pequeña picadura.
El primigenio caos se va ordenando
y todo es realidad
de otra manera…
Yo soy el lugar de sus apariciones.
domingo, 30 de mayo de 2010
Muere el poeta Dinko Pavlov
Muere Dinko Pavlov
el 23 de mayo en Punta Arenas, Chile
Muere Dinko Antonio Pavlov Miranda, el conocido escritor radicado en tierras magallánicas, producto de un cáncer que lo aquejaba desde hace más de un año. Su velatorio se realizará en calle Chiloé Nº 439.
Cabe señalar que hace más de 30 años que Dinko Pavlov Miranda vivía en Magallanes. Durante esta época se destacó como narrador, poeta, actor, guionista, compositor, dirigente gremialista y agitador cultural. En el ámbito profesional su labor desde la Psicología ha beneficiado la salud mental de innumerables pacientes.
Desde la literatura fue un prolífico autor que plasmó 18 publicaciones, sin contar las numerosas antologías que recogen parte de su oficio creativo. Su escritural fue reconocido con el Premio Municipal de Literatura “José Grimaldi” el año 2006. En cuatro oportunidades el Fondo Nacional del Libro y la Lectura lo benefició con la adquisición de sus obras, por considerarlas de elevado interés. El 2009 se adjudicó la Beca de Creación Literaria de este mismo Fondo Nacional. Sus trabajos fueron traducidos al inglés, francés, alemán y búlgaro.
Dinko Pavlov recorrió prácticamente todo nuestro país prodigando su arte y amistad, y varias provincias argentinas invitado por agrupaciones literarias y universitarias, presentando sus libros y creaciones musicales, y realizando lecturas poéticas, participando destacadamente en la Feria del Libro de Buenos Aires, la Feria del Libro de La Habana y la Feria del Libro de Santiago.
Su vasta labor como cantautor y compositor fue coronada con reconocimientos en el Festival del Cantar Vecinal, el Festival del Petróleo y Los Estudiantes cantan a Natales, sumando además una meritoria participación en el Festival Folklórico de la Patagonia, que ha seleccionado sus composiciones musicales en cuatro oportunidades. El grupo Canto Fundamento de Trelew, Argentina, lo distinguió públicamente.
En el mes de abril pasado, Dinko Pavlov recibió el premio “Aporte al desarrollo de las Letras”, entregado por la Corporación Municipal de Punta Arenas y el reconocimiento de las agrupaciones “Akzión Kultural” y “Ácrata”, en el marco del día internacional del libro y el derecho de autor.
martes, 30 de marzo de 2010
INFLUENCIAS LITERARIAS
IGNACIO MARTÍN (De Edición de autor)
INFLUENCIAS LITERARIAS
Primero fue la vodka,
así le decía Julio;
luego el whisky, sin castellanizar
y con San Pellegrino:
medio Europa y medio guerra fría,
contradictorio siempre.
Del cerdo, hasta el andar.
Un vino, desde luego.
Un bife de chorizo, una gordita.
Películas románticas,
también todo lo negro,
novelas, Humphrey, el jazz;
los Simpsons
–son la neta–
y los dibujos animados
(me gusta hasta Walt Disney, te diré).
Gozo a Vallejo,
a Lorca,
Arreola, Rulfo,
Julio y Miguel me son imprescindibles.
Sobre todo,
disfruto de un estante
amontonado
con todos vuestros libros,
sean en papel
o no.
Y escarbo en todo
buscando
todavía…
INFLUENCIAS LITERARIAS
Primero fue la vodka,
así le decía Julio;
luego el whisky, sin castellanizar
y con San Pellegrino:
medio Europa y medio guerra fría,
contradictorio siempre.
Del cerdo, hasta el andar.
Un vino, desde luego.
Un bife de chorizo, una gordita.
Películas románticas,
también todo lo negro,
novelas, Humphrey, el jazz;
los Simpsons
–son la neta–
y los dibujos animados
(me gusta hasta Walt Disney, te diré).
Gozo a Vallejo,
a Lorca,
Arreola, Rulfo,
Julio y Miguel me son imprescindibles.
Sobre todo,
disfruto de un estante
amontonado
con todos vuestros libros,
sean en papel
o no.
Y escarbo en todo
buscando
todavía…
miércoles, 10 de marzo de 2010
PICA EN FLANDES
PICA EN FLANDES
Para Luis Fernando, por las cosas en común
Yo no soy trasgresor de los espacios
de las cantinas;
no voy a ellas a hablar nomás de la poesía,
a verme superior,
a bañarme de pueblo
para no oler tanto a ratón
de biblioteca;
a crearme un mundo propio que se vea
evidentemente
con toda y radical
oposición.
Prefiero ser un trasgresor de la poesía,
renegar,
rasgar las vestiduras
de los que la volvieron un poco puta
o sorda.
Para Luis Fernando, por las cosas en común
Yo no soy trasgresor de los espacios
de las cantinas;
no voy a ellas a hablar nomás de la poesía,
a verme superior,
a bañarme de pueblo
para no oler tanto a ratón
de biblioteca;
a crearme un mundo propio que se vea
evidentemente
con toda y radical
oposición.
Prefiero ser un trasgresor de la poesía,
renegar,
rasgar las vestiduras
de los que la volvieron un poco puta
o sorda.
domingo, 7 de marzo de 2010
LA MISMA HISTORIA
LA MISMA HISTORIA
Mónica Morales Rocha
Ya no hay recursos discursivos
entre tú y yo...
narraciones mutuas hasta el cansancio.
Terminamos reduciéndonos a texto.
No queda nada ya por recrear
imaginamos todo lo imaginable
agotamos el elemento sorpresa.
Somos iguales, hasta en la letra.
No fuimos nada excepcional
repetimos la historia de siempre
el mismo cuento, mil veces dicho.
Por lo mismo, el final fue predecible.
Sin embargo,
a los dos nos traiciona
el absurdo vicio
de la lectura mutua.
Volveremos a buscarnos en algún tiempo
cambiaremos de portada
integraremos algún argumento fútil
al prólogo de la nueva edición
porque así somos tú y yo
un par de necios, de recurrentes ilusos...
Quizás tendríamos que intentarlo
en otro idioma.
Mónica Morales Rocha
Ya no hay recursos discursivos
entre tú y yo...
narraciones mutuas hasta el cansancio.
Terminamos reduciéndonos a texto.
No queda nada ya por recrear
imaginamos todo lo imaginable
agotamos el elemento sorpresa.
Somos iguales, hasta en la letra.
No fuimos nada excepcional
repetimos la historia de siempre
el mismo cuento, mil veces dicho.
Por lo mismo, el final fue predecible.
Sin embargo,
a los dos nos traiciona
el absurdo vicio
de la lectura mutua.
Volveremos a buscarnos en algún tiempo
cambiaremos de portada
integraremos algún argumento fútil
al prólogo de la nueva edición
porque así somos tú y yo
un par de necios, de recurrentes ilusos...
Quizás tendríamos que intentarlo
en otro idioma.
Por amor a las letras
POR AMOR A LAS LETRAS,
Mónica Morales Rocha
en mi ardiente adoración a las palabras
terminé por convertirte en sustantivo
—núcleo del sujeto de mi oración—.
Fuiste entonces el tema central de mis textos
elemento permanente en mi discurso
al que adjetivé con lascivia e impúdico ardor.
Capricho gramatical
arbitrariedad sintáctica
rompiendo cuanta regla se interpusiera
escribí a mi antojo la historia de los dos.
Hoy te encuentro en estas hojas
en las mudas palabras
que viven quietecitas sobre el papel,
esperando ser leídas.
Te leo, te recorro frase a frase
centímetro a centímetro
de líneas rectas y curvas
que danzan ante mis ojos.
Y existes aquí,
en el silencio de estos poemas
que gritan tu cuerpo,
tu aroma, tu voz
que cuentan la historia
que escribimos juntos
ahora que, seguramente, duermes
bajo la pluma de alguien más.
Mónica Morales Rocha
en mi ardiente adoración a las palabras
terminé por convertirte en sustantivo
—núcleo del sujeto de mi oración—.
Fuiste entonces el tema central de mis textos
elemento permanente en mi discurso
al que adjetivé con lascivia e impúdico ardor.
Capricho gramatical
arbitrariedad sintáctica
rompiendo cuanta regla se interpusiera
escribí a mi antojo la historia de los dos.
Hoy te encuentro en estas hojas
en las mudas palabras
que viven quietecitas sobre el papel,
esperando ser leídas.
Te leo, te recorro frase a frase
centímetro a centímetro
de líneas rectas y curvas
que danzan ante mis ojos.
Y existes aquí,
en el silencio de estos poemas
que gritan tu cuerpo,
tu aroma, tu voz
que cuentan la historia
que escribimos juntos
ahora que, seguramente, duermes
bajo la pluma de alguien más.
jueves, 4 de marzo de 2010
Al Grupo de la Concha
Al Grupo de la Concha,
Reunión de artistas de la letra
blogspot.com
por Cristina de la Concha
Cuando escuché a los amigos decir que abrirían un blog llamado así, realmente no supe si reír o llorar y entiéndase la frase en todos sus sentidos, hasta los que no tiene.
Surgió en una charla de ésas en las que el apellido no puede escapar a las alusiones jocosas –de las que yo misma no puedo sustraerme–, divertimento ineludible con el que los amigos profieren juegos que rayan en el albur sin llegar al soez impertinente. Así que reír o llorar fue el tajo de perplejidad que cayó sobre mí ante algo que por su jocosidad podía provocarme las más sonoras y regocijantes carcajadas, o que, por su significado vulgar, podía remitirme a los más bajos confines del albur, o bien, que, por su intención, podía transmitirme la calidez de la amistad y la calidez de quienes aprecian lo trabajado y lo gastado y desgastado en esta ingrata pero amada labor por la cultura, y esto puede hacerme escurrir lágrimas y lágrimas por los surcos oculares prolongando el nudo al que el tajo movió a mi garganta. No obstante que a algunos suene a “homenaje” –y destaco las comillas por inmerecido e improcedente, en lo que la razón no les falla, por supuesto–, yo me quedo con la calidez de los amigos.
Y, sin saber todavía si reír o llorar, este apellido que el destino me dio al nacer, además de sus connotaciones picarescas, tiene otras que son las que yo invoco en mi trabajo cultural y literario y en la vida diaria que son aquellas que la concha del mar ha inspirado en diferentes culturas: fecundidad, procreación, la concepción, concebir, crear. “Concha” para los aztecas era el símbolo del dios de la luna, Tecaciztécatl que representaba la matriz de la mujer al igual que en otras culturas, por lo que no ha sido gratuito que para argentinos y latinoamericanos de otros países tenga esa acepción en el sentido vulgar, sin embargo, su significado formal y profundo es el de nacimiento de la vegetación y de la vida; la perla que encierra la concha en sus entrañas simboliza el producto, lo creado, vemos a Afrodita, como una perla, nacer de una concha en las aguas de la isla de Chipre, lo que no deja de tener su connotación erótica pero tampoco la de crear y podemos añadirle la del amor en la creación. En la cultura maya, la concha estaba hondamente asociada al mundo subterráneo, al de la muerte, pero de la muerte surge la vida como la de las plantas que germinan en la tierra, una concha junto a un sol representaba al Sol Negro, es decir, al sol en su camino más oscuro: la noche, de la noche sobreviene el día, la noche gesta el nuevo día, procrea; la concha gesta la perla, procrea.
Sea éste, entonces, pues, un espacio cuyo nombre nos ennoblezca con sus simbolismos sagrados y no con ni por los de esta insignificante mortal cuyo único mérito es el de gozar de la magnánima amistad de quienes –sobre–valoran su trabajo, y colmen a estos espíritus escritores y artísticos de las virtudes de concebir y procrear... perlas de arte.
Reunión de artistas de la letra
blogspot.com
por Cristina de la Concha
Cuando escuché a los amigos decir que abrirían un blog llamado así, realmente no supe si reír o llorar y entiéndase la frase en todos sus sentidos, hasta los que no tiene.
Surgió en una charla de ésas en las que el apellido no puede escapar a las alusiones jocosas –de las que yo misma no puedo sustraerme–, divertimento ineludible con el que los amigos profieren juegos que rayan en el albur sin llegar al soez impertinente. Así que reír o llorar fue el tajo de perplejidad que cayó sobre mí ante algo que por su jocosidad podía provocarme las más sonoras y regocijantes carcajadas, o que, por su significado vulgar, podía remitirme a los más bajos confines del albur, o bien, que, por su intención, podía transmitirme la calidez de la amistad y la calidez de quienes aprecian lo trabajado y lo gastado y desgastado en esta ingrata pero amada labor por la cultura, y esto puede hacerme escurrir lágrimas y lágrimas por los surcos oculares prolongando el nudo al que el tajo movió a mi garganta. No obstante que a algunos suene a “homenaje” –y destaco las comillas por inmerecido e improcedente, en lo que la razón no les falla, por supuesto–, yo me quedo con la calidez de los amigos.
Y, sin saber todavía si reír o llorar, este apellido que el destino me dio al nacer, además de sus connotaciones picarescas, tiene otras que son las que yo invoco en mi trabajo cultural y literario y en la vida diaria que son aquellas que la concha del mar ha inspirado en diferentes culturas: fecundidad, procreación, la concepción, concebir, crear. “Concha” para los aztecas era el símbolo del dios de la luna, Tecaciztécatl que representaba la matriz de la mujer al igual que en otras culturas, por lo que no ha sido gratuito que para argentinos y latinoamericanos de otros países tenga esa acepción en el sentido vulgar, sin embargo, su significado formal y profundo es el de nacimiento de la vegetación y de la vida; la perla que encierra la concha en sus entrañas simboliza el producto, lo creado, vemos a Afrodita, como una perla, nacer de una concha en las aguas de la isla de Chipre, lo que no deja de tener su connotación erótica pero tampoco la de crear y podemos añadirle la del amor en la creación. En la cultura maya, la concha estaba hondamente asociada al mundo subterráneo, al de la muerte, pero de la muerte surge la vida como la de las plantas que germinan en la tierra, una concha junto a un sol representaba al Sol Negro, es decir, al sol en su camino más oscuro: la noche, de la noche sobreviene el día, la noche gesta el nuevo día, procrea; la concha gesta la perla, procrea.
Sea éste, entonces, pues, un espacio cuyo nombre nos ennoblezca con sus simbolismos sagrados y no con ni por los de esta insignificante mortal cuyo único mérito es el de gozar de la magnánima amistad de quienes –sobre–valoran su trabajo, y colmen a estos espíritus escritores y artísticos de las virtudes de concebir y procrear... perlas de arte.
sábado, 20 de febrero de 2010
Manifiesto poético
MANIFIESTO POETICO
Son los poetas el último reducto de esta tierra americana
Hoy nos toca entender esta época de flores de metal y humo de electrones en un horizonte donde se avizora junto a la esperanza el caos y el desorden
Nuestra actualidad presenta una moderna devastació filtrando sutilmente su ácido en nuestra carne
En este gran futuro anunciado no habrá futuro para nadie si solo humanoides de metal se divisan
Si hoy la poesía no tiene futuro el de la humanidad desaparecerá para siempre
La fe perdida en el hombre se percibe en un sol metalizado yunque donde el pensamiento es triturado arrojado como putrefacto alimento a los cancerberos de nuestra generación
Hoy que caminamos en el filo de la navaja de fin y principio de milenio que el espíritu poético surja en toda su manifestación y rebeldía frente al caos y la deshumanización
Por construir un futuro de totalidad en la poesía y para el mundo
Por la libertad a percibir la fragilidad de una flor
Escribamos versos ensalzando el espíritu universal del hombre y delatando el fondo oscuro de sus instintos
A los poetas los exhorto a construir un nuevo milenio donde sea más fácil hacer que flote una piedra en el agua que encender una guerra
Por la humanización del futuro habitemos el paraíso de un almendro
Gustavo Ponce Maldonado
Junio del 2002
Poesía de Verano Monte Sur
Son los poetas el último reducto de esta tierra americana
Hoy nos toca entender esta época de flores de metal y humo de electrones en un horizonte donde se avizora junto a la esperanza el caos y el desorden
Nuestra actualidad presenta una moderna devastació filtrando sutilmente su ácido en nuestra carne
En este gran futuro anunciado no habrá futuro para nadie si solo humanoides de metal se divisan
Si hoy la poesía no tiene futuro el de la humanidad desaparecerá para siempre
La fe perdida en el hombre se percibe en un sol metalizado yunque donde el pensamiento es triturado arrojado como putrefacto alimento a los cancerberos de nuestra generación
Hoy que caminamos en el filo de la navaja de fin y principio de milenio que el espíritu poético surja en toda su manifestación y rebeldía frente al caos y la deshumanización
Por construir un futuro de totalidad en la poesía y para el mundo
Por la libertad a percibir la fragilidad de una flor
Escribamos versos ensalzando el espíritu universal del hombre y delatando el fondo oscuro de sus instintos
A los poetas los exhorto a construir un nuevo milenio donde sea más fácil hacer que flote una piedra en el agua que encender una guerra
Por la humanización del futuro habitemos el paraíso de un almendro
Gustavo Ponce Maldonado
Junio del 2002
Poesía de Verano Monte Sur
viernes, 5 de febrero de 2010
Violentas margaritas
VIOLENTAS MARGARITAS
Ma. Eugenia Rodríguez Gaitán
Hay un silencio noche
donde la hierba crece
Dolores Castro
Uno recorre los pasillos del cuerpo aferrado a un recuerdo
y sangra gota a gota los golpes ásperos de los atajos
Uno ama sin remedio, oscurece la voz templada de la verdad
extiende sus desgarradas alas buscando néctar
la tierra yerta se conduele y vela en silencio su suerte
Uno se cansa a veces de recorrer la rueda paso sobre paso
de mirar la bóveda con sus mismas estrellas colgando
y sentir un frío de soledad entre calles mareadas y repletas
uno escucha de hambres y brazos desmembrados en la madrugada
de violentas margaritas inscritas en cualquier barda.
Y al fin
uno se cansa.
Junio de 2009.
Ma. Eugenia Rodríguez Gaitán
Hay un silencio noche
donde la hierba crece
Dolores Castro
Uno recorre los pasillos del cuerpo aferrado a un recuerdo
y sangra gota a gota los golpes ásperos de los atajos
Uno ama sin remedio, oscurece la voz templada de la verdad
extiende sus desgarradas alas buscando néctar
la tierra yerta se conduele y vela en silencio su suerte
Uno se cansa a veces de recorrer la rueda paso sobre paso
de mirar la bóveda con sus mismas estrellas colgando
y sentir un frío de soledad entre calles mareadas y repletas
uno escucha de hambres y brazos desmembrados en la madrugada
de violentas margaritas inscritas en cualquier barda.
Y al fin
uno se cansa.
Junio de 2009.
Poequeños
*poequeños* y Punto
Félix Pacheco
I
Dieta
Cuando
dejó
de probar
mis besos
Ella
engordó
... Mi soledad !
II
Lujuria
Nunca supo
el sabor del amor
Siempre se derritió
antes de probarlo
III
Estiaje
En tu cielo
truena fuerte
mi recuerdo
pero
ha dejado de llover
IV
OTRO TONO
El timbre de tu voz cambió...
Ahora es morado, por otro
V
Cometa
Cada vez
que miro
al cielo
me vuelo
al pensar
que aunque
ya no esté
a mi lado
Seguirá
"vivita"
y
"coleando"
Saludos impasibles
Punto
Nunca antes yo te vi
vestida de sastre,
traje azul marino
botones dorados
Con tu rostro en calma
Mujer piel morena
Cual si fuera espuma
Tu sonrisa blanca
Estrella en mis ojos
nuevos horizontes
donde ha de llover
lo que deba llover
Dime por que viniste
hoy vestida de sastre
y me dejas, desastre
y en ruinas el alma
Saludos históricos
Félix Pacheco
I
Dieta
Cuando
dejó
de probar
mis besos
Ella
engordó
... Mi soledad !
II
Lujuria
Nunca supo
el sabor del amor
Siempre se derritió
antes de probarlo
III
Estiaje
En tu cielo
truena fuerte
mi recuerdo
pero
ha dejado de llover
IV
OTRO TONO
El timbre de tu voz cambió...
Ahora es morado, por otro
V
Cometa
Cada vez
que miro
al cielo
me vuelo
al pensar
que aunque
ya no esté
a mi lado
Seguirá
"vivita"
y
"coleando"
Saludos impasibles
Punto
Nunca antes yo te vi
vestida de sastre,
traje azul marino
botones dorados
Con tu rostro en calma
Mujer piel morena
Cual si fuera espuma
Tu sonrisa blanca
Estrella en mis ojos
nuevos horizontes
donde ha de llover
lo que deba llover
Dime por que viniste
hoy vestida de sastre
y me dejas, desastre
y en ruinas el alma
Saludos históricos
MUSEO DE MONSTRUOS
MUSEO DE MONSTRUOS
José Antonio Durand
¡Vean, vean ustedes la fotografía de La Bestia Humana! Aquí está, es como el borrego bicéfalo y el becerro de seis patas.
Este monstruoso ser deforme, engendro del demonio… ¡No tiene entrañas!
Conozcan ustedes a la persona que aumenta el número de entes en el Circo de Anormales… es el único ser en la Tierra carente del órgano vital.
Miren, miren a este fenómeno de la naturaleza que desafía todas las leyes de la biología viviendo… ¡¡¡Sin corazón!!!
Observen como se exhibe mostrándose descomunal y sin pudor; véanla en esta fotografía —publicada en la Sección de Sociales—. Es ella, la mujer que aquí aparece vestida de novia.
José Antonio Durand
¡Vean, vean ustedes la fotografía de La Bestia Humana! Aquí está, es como el borrego bicéfalo y el becerro de seis patas.
Este monstruoso ser deforme, engendro del demonio… ¡No tiene entrañas!
Conozcan ustedes a la persona que aumenta el número de entes en el Circo de Anormales… es el único ser en la Tierra carente del órgano vital.
Miren, miren a este fenómeno de la naturaleza que desafía todas las leyes de la biología viviendo… ¡¡¡Sin corazón!!!
Observen como se exhibe mostrándose descomunal y sin pudor; véanla en esta fotografía —publicada en la Sección de Sociales—. Es ella, la mujer que aquí aparece vestida de novia.
La Sinhombre
La Sinhombre (Fragmento).
Eric Marváz
Entró al cuarto y revisó las monedas que tenía en la mano. Le dieron cambio de menos. Antes de ir a reclamar buscó el ticket de la compra, estaba dentro de la bolsa mojado por la humedad de las botellas de agua fría, lo despegó con cuidado del envase. Al revisarlo los ojos se le abrieron grandes y leyó. “El vello claro de la nuca se anticipa a mi respiración, se eriza cual presa acorralada. Tus senos se yerguen apuntando al este, y los pezones sienten mis dientes hincándose, mordiendo tu carne. El capullo florece y la miel convoca al chupa rosa y a la abeja, tu pistilo late indagando el ambiente. Estás cerca del mar y del mar eres. Mar calmo antes de la tempestad. El oleaje te ha acometido siempre, tus caderas lo asimilaron desde que aprendiste a caminar, te fue tan natural como la abertura en canal de tu sexo sangrante.” Eso estaba escrito. Destapó la botella de ron, dio un largo trago que le quemó la garganta y alborotó las ansias. Encendió el televisor y se recostó en la cama, hasta entonces reparó en la falda floreada y en la azalea embarrada en su sexo latente. Levantó la prenda hasta la cintura y separó las piernas. Los vellos se le escapaban por los lados del bikini blanco y se pensó impúdica como mujer pública. Buscó un canal erótico en el aparato transmisor pero lo único que encontró fue un programa de publicidad de aparatos de ejercicio con gente de cuerpos depilados y musculosos: con eso bastaba. Regresó a la cama y mientras bebía ron, empezó a bordear el resorte del calzón de baño desde la parte superior, dibujaba los contornos sintiendo los pelos suaves y alborotados que escapaban. Tenía los senos hinchados y las manos de cera, mejor, así pensaba que eran manos de cualquiera menos las suyas. La aglomeración de líquidos hacía su parte y la volvían incontinente, manantial, presa desbordada, diluvio. El ron que le entraba por la garganta se le convertía en baba espesa que le nacía en el abdomen y buscaba salida por la boca de abajo. Espuma blanquecina le brotaba del sexo. Separó el trozo de tela y con un dedo zigzagueó por la geografía dispareja de sus dobleces exuberantes, el sudor de la entrepierna se le mezclaba con el borbotón viscoso de la exigencia. Los cuerpos se contraían y tensaban en la pantalla, ponía especial atención en los abultamientos profanos de los miembros metidos en pantaloncillos elásticos. Deseaba uno, el de él en especial, pero en esos instantes no le importaba cuál. Metió un par de dedos por la zanja lubricada y no le bastó, tapó la botella y la hundió entre su labia empujándola con las dos manos, hasta el dolor. Obtuvo un orgasmo tan fuerte que le hizo apretar con su vagina el cuello del recipiente empujándolo hacía afuera. Limpió la botella con la lengua hasta obtener de regreso todos sus fluidos mientras temblaba incontroladamente por la intensidad del momento. Cambió de canal. Totalmente desnuda siguió bebiendo y viendo películas viejas en blanco y negro. No quería pensar. Y sin pensar se quedó dormida a la hora imprecisa en que caía la cerrazón. En ese lapso, el húmedo fragmento de poesía, se deslizó con el andar ágil de un cangrejo para escabullirse por debajo de la puerta.
Eric Marváz
Entró al cuarto y revisó las monedas que tenía en la mano. Le dieron cambio de menos. Antes de ir a reclamar buscó el ticket de la compra, estaba dentro de la bolsa mojado por la humedad de las botellas de agua fría, lo despegó con cuidado del envase. Al revisarlo los ojos se le abrieron grandes y leyó. “El vello claro de la nuca se anticipa a mi respiración, se eriza cual presa acorralada. Tus senos se yerguen apuntando al este, y los pezones sienten mis dientes hincándose, mordiendo tu carne. El capullo florece y la miel convoca al chupa rosa y a la abeja, tu pistilo late indagando el ambiente. Estás cerca del mar y del mar eres. Mar calmo antes de la tempestad. El oleaje te ha acometido siempre, tus caderas lo asimilaron desde que aprendiste a caminar, te fue tan natural como la abertura en canal de tu sexo sangrante.” Eso estaba escrito. Destapó la botella de ron, dio un largo trago que le quemó la garganta y alborotó las ansias. Encendió el televisor y se recostó en la cama, hasta entonces reparó en la falda floreada y en la azalea embarrada en su sexo latente. Levantó la prenda hasta la cintura y separó las piernas. Los vellos se le escapaban por los lados del bikini blanco y se pensó impúdica como mujer pública. Buscó un canal erótico en el aparato transmisor pero lo único que encontró fue un programa de publicidad de aparatos de ejercicio con gente de cuerpos depilados y musculosos: con eso bastaba. Regresó a la cama y mientras bebía ron, empezó a bordear el resorte del calzón de baño desde la parte superior, dibujaba los contornos sintiendo los pelos suaves y alborotados que escapaban. Tenía los senos hinchados y las manos de cera, mejor, así pensaba que eran manos de cualquiera menos las suyas. La aglomeración de líquidos hacía su parte y la volvían incontinente, manantial, presa desbordada, diluvio. El ron que le entraba por la garganta se le convertía en baba espesa que le nacía en el abdomen y buscaba salida por la boca de abajo. Espuma blanquecina le brotaba del sexo. Separó el trozo de tela y con un dedo zigzagueó por la geografía dispareja de sus dobleces exuberantes, el sudor de la entrepierna se le mezclaba con el borbotón viscoso de la exigencia. Los cuerpos se contraían y tensaban en la pantalla, ponía especial atención en los abultamientos profanos de los miembros metidos en pantaloncillos elásticos. Deseaba uno, el de él en especial, pero en esos instantes no le importaba cuál. Metió un par de dedos por la zanja lubricada y no le bastó, tapó la botella y la hundió entre su labia empujándola con las dos manos, hasta el dolor. Obtuvo un orgasmo tan fuerte que le hizo apretar con su vagina el cuello del recipiente empujándolo hacía afuera. Limpió la botella con la lengua hasta obtener de regreso todos sus fluidos mientras temblaba incontroladamente por la intensidad del momento. Cambió de canal. Totalmente desnuda siguió bebiendo y viendo películas viejas en blanco y negro. No quería pensar. Y sin pensar se quedó dormida a la hora imprecisa en que caía la cerrazón. En ese lapso, el húmedo fragmento de poesía, se deslizó con el andar ágil de un cangrejo para escabullirse por debajo de la puerta.
La niña de los besos
La niña de los besos
Pterocles Arenarius
El día que la besé eran las tres de la mañana y quince minutos antes ella iba corriendo como una zorrita que persigue la jauría y no llevaba más ropa que calzones y zapatos.
Era como ver un ángel o bien, por qué no, un demonio. Corría con desesperación, pero nadie la perseguía, o al menos no era visible.
Yo iba caminando por la gran avenida Troncoso y ella quizá salió de entre los múltiples condominios de por ahí. La vi desde lejos, tenía muy buena condición física o estaba drogada porque corrió unos dos minutos a la máxima velocidad que daba su cuerpo delgado, blanco, hermoso.
Al principio era un punto blanco. Luego me dije es una vieja encuerada. Me detuve a mirar. Venía sobre la acera en que yo caminaba. Y además está buenísima, me dije. Pero desde unos cien metros me percibiría porque desvió su trayectoria para no ir hacia mí.
Me atravesé la avenida tratando de que su trayectoria coincidiera con mi posición. Empecé a ver con claridad como se sacudían sus pechos a cada paso de su carrera. Era un deleite verlos sacudirse. Nadie, nada la perseguía. Me atravesé en su camino. Por allá lejos pasó un carro. No se dio cuenta de que la belleza corría desnuda por la avenida Troncoso.
Cuando estaba a diez metros de mí –que me fui centrando para que ella llegara hasta donde yo estaba–, habrá notado mi intención y gritó ¡aaaaaahhhhhh! como un kamikaze, colocó sus manitas al frente y se dirigió directamente contra mi pecho. Creo que intenté apartarme, me asustó el grito, la muchacha corría muy fuerte, pero entonces ella enfiló hacia mí.
El choque fue brutal. Me derribó y cayó encima de mí. Creo que me hizo volar pocos metros. Empezó a golpearme, arañarme, morderme. Dios santo.
Como pude me quité. Y traté de huir. Esperaba que llegaran los perseguidores o uno por lo menos. Nadie llegó.
Siguió golpeándome. Puñetazos, patadas, rasguñones. No supe qué hacer. Salvajes rasguños de gata, tarascadas de perra. Me protegí y le di la espalda. Se fue caminando. Vi sus bonitas nalgas dibujadas debajo del calzoncito, sus hombros estrechos respirando agitados. Vi uno de sus pechos pequeños desde atrás. Ella temblaba. Estaba desgreñada. Lloraba.
Estábamos en un estrecho camellón de la gran avenida.
–Qué pedo, manita… –Se volvió.
–Hijos de su puta madre. –Dijo al vacío.
Supuse que habrían intentado violarla. La madrearon, la encueraron, supuse. Pero es una perrita. Brava. Se les peló. Supuse. Se detuvo.
–Dame un cigarro. –Lo encendió después de arrebatarme el cricket, agitada, resoplando, temblorosa.
Me quité la chamarra y se la puse cuando ella me miraba como se mira a un marciano.
–Hijos de perra –dijo y metió las manos en las mangas de la chamarra–. Acompáñame, güey.
–¿A dónde vas?
–Aquí… Es aquí a dos calles.
Se me abrazó. Caminamos las dos calles abrazados. Fumando.
De pronto decía hijos de su puta madre.
–¿Qué te pasó, amiguita?
–Hijos de su perra madre.
Entramos en uno de los condominios.
–Carnalita, te dejo en tu casa.
Me miró con sus ojos de loca detrás de los cabellos que le caían sobre los ojos. Los rasguños me palpitaban, los madrazos eran como clavos en mi jeta.
–¿No quieres una chela? ¿Un toque? –Me metió al departamento jalando. Cerró la puerta. Aventó mi chamarra por donde sea. Se fue encuerada y regresó en camisón y con dos cervezas. Me dio una, estaba fría. No había muebles, pero sí gran cantidad de objetos con clasificación próxima a la de basura. Se puso a forjar luego de poner la chela sobre un bote de pintura. El cigarro estuvo listo muy pronto y le dio unas fumadas de prolongación sorprendente e intensidad amorosa.
–Jálale.
Fumé. Era buena mota.
Le devolví el cigarro y me abrazó.
Se puso a darme unos besos inolvidables. Largos. Pausados. Tiernos. Lentos. Era como si me ensalivara el completo rostro. Fumaba mariguana y me pasaba el humo en los besos.
Amor mío.
–Pásame el humo –dijo. Le jalé al cigarro de mota y ella me dio el beso más rabioso, el más violento de mi vida. Me quería sacar las anginas para llevarse el humo, me quería comer como si fuera yo la mota personificada. Me inclinaba para alcanzarla, se estiraba para sentirme. Mis brazos fueron a su cintura, los suyos sobre mi cuello. Repetimos el beso mariguano en la más enloquecida y deliciosa tanda de besos hasta que se acabó el cigarro. Y seguimos besándonos.
Me agarró descuidado y abrió la bragueta. Sacó mi verga. Se hincó y se puso a besarla. Luego se la metió en la boca. E hizo cosas divinas.
De pronto se puso de pie.
–¿Eso era lo que querías verdad, cabrón?
–Chiquita preciosa, ¿cómo te llamas, mi amor?
Se fue al fondo del cuarto y trajo un bote de pintura en espray de la que usan los grafiteros. Me roció el pecho, los hombros, el cuello, la cabeza y la verga parada, entre el insoportable olor a solvente químico actuaba minuciosa, como haciendo un trabajo especializado. Sólo dije sin demasiada convicción “No, espérame, no me pintes”.
Sonrió como demonio mientras apartaba el chorro de espray. Lo encendió con la flama del cricket.
Cuando dirigía la bocanada de fuego hacia mí salí corriendo. Tenía los pantalones hasta el suelo. En la desesperación no supe cómo me los quité. Alcancé a sentir la lumbre como el vaho de la dragona que me alcanzó a quemar un poco de cabello mientras salía vuelto madres y derrumbando cuanta madre.
Dos minutos después yo iba corriendo por Troncoso desesperadamente a las tres y media de la mañana. ¿Qué otra cosa puede hacer un encuerado en Troncoso a semejantes horas?
Una patrulla me dijo por su altavoz “deténgase, hombre desnudo que corre, deténgase…”.
Me detuve. Estaba temblando, jadeando, me ardía un poco la cara por la leve quemada; los rasguños no dejaban de palpitar, los putazos como clavos en la jeta; el cuello, el pecho, el bajo vientre, el calzón pintados de verde y los besos amargamente dulces, violentamente tiernos, dolorosamente suaves, la saliva con dulce sabor de mariguana continuaban en mis labios. No tenía sensaciones en el pene. Sino en los labios, los besos.
–Estás madreado, estás revolcado, estás encuerado, estás pintado de verde, ¿estás drogado? –diagnosticó el policía.
La luz de su lámpara en los ojos no me dejaba ver.
Pterocles Arenarius
El día que la besé eran las tres de la mañana y quince minutos antes ella iba corriendo como una zorrita que persigue la jauría y no llevaba más ropa que calzones y zapatos.
Era como ver un ángel o bien, por qué no, un demonio. Corría con desesperación, pero nadie la perseguía, o al menos no era visible.
Yo iba caminando por la gran avenida Troncoso y ella quizá salió de entre los múltiples condominios de por ahí. La vi desde lejos, tenía muy buena condición física o estaba drogada porque corrió unos dos minutos a la máxima velocidad que daba su cuerpo delgado, blanco, hermoso.
Al principio era un punto blanco. Luego me dije es una vieja encuerada. Me detuve a mirar. Venía sobre la acera en que yo caminaba. Y además está buenísima, me dije. Pero desde unos cien metros me percibiría porque desvió su trayectoria para no ir hacia mí.
Me atravesé la avenida tratando de que su trayectoria coincidiera con mi posición. Empecé a ver con claridad como se sacudían sus pechos a cada paso de su carrera. Era un deleite verlos sacudirse. Nadie, nada la perseguía. Me atravesé en su camino. Por allá lejos pasó un carro. No se dio cuenta de que la belleza corría desnuda por la avenida Troncoso.
Cuando estaba a diez metros de mí –que me fui centrando para que ella llegara hasta donde yo estaba–, habrá notado mi intención y gritó ¡aaaaaahhhhhh! como un kamikaze, colocó sus manitas al frente y se dirigió directamente contra mi pecho. Creo que intenté apartarme, me asustó el grito, la muchacha corría muy fuerte, pero entonces ella enfiló hacia mí.
El choque fue brutal. Me derribó y cayó encima de mí. Creo que me hizo volar pocos metros. Empezó a golpearme, arañarme, morderme. Dios santo.
Como pude me quité. Y traté de huir. Esperaba que llegaran los perseguidores o uno por lo menos. Nadie llegó.
Siguió golpeándome. Puñetazos, patadas, rasguñones. No supe qué hacer. Salvajes rasguños de gata, tarascadas de perra. Me protegí y le di la espalda. Se fue caminando. Vi sus bonitas nalgas dibujadas debajo del calzoncito, sus hombros estrechos respirando agitados. Vi uno de sus pechos pequeños desde atrás. Ella temblaba. Estaba desgreñada. Lloraba.
Estábamos en un estrecho camellón de la gran avenida.
–Qué pedo, manita… –Se volvió.
–Hijos de su puta madre. –Dijo al vacío.
Supuse que habrían intentado violarla. La madrearon, la encueraron, supuse. Pero es una perrita. Brava. Se les peló. Supuse. Se detuvo.
–Dame un cigarro. –Lo encendió después de arrebatarme el cricket, agitada, resoplando, temblorosa.
Me quité la chamarra y se la puse cuando ella me miraba como se mira a un marciano.
–Hijos de perra –dijo y metió las manos en las mangas de la chamarra–. Acompáñame, güey.
–¿A dónde vas?
–Aquí… Es aquí a dos calles.
Se me abrazó. Caminamos las dos calles abrazados. Fumando.
De pronto decía hijos de su puta madre.
–¿Qué te pasó, amiguita?
–Hijos de su perra madre.
Entramos en uno de los condominios.
–Carnalita, te dejo en tu casa.
Me miró con sus ojos de loca detrás de los cabellos que le caían sobre los ojos. Los rasguños me palpitaban, los madrazos eran como clavos en mi jeta.
–¿No quieres una chela? ¿Un toque? –Me metió al departamento jalando. Cerró la puerta. Aventó mi chamarra por donde sea. Se fue encuerada y regresó en camisón y con dos cervezas. Me dio una, estaba fría. No había muebles, pero sí gran cantidad de objetos con clasificación próxima a la de basura. Se puso a forjar luego de poner la chela sobre un bote de pintura. El cigarro estuvo listo muy pronto y le dio unas fumadas de prolongación sorprendente e intensidad amorosa.
–Jálale.
Fumé. Era buena mota.
Le devolví el cigarro y me abrazó.
Se puso a darme unos besos inolvidables. Largos. Pausados. Tiernos. Lentos. Era como si me ensalivara el completo rostro. Fumaba mariguana y me pasaba el humo en los besos.
Amor mío.
–Pásame el humo –dijo. Le jalé al cigarro de mota y ella me dio el beso más rabioso, el más violento de mi vida. Me quería sacar las anginas para llevarse el humo, me quería comer como si fuera yo la mota personificada. Me inclinaba para alcanzarla, se estiraba para sentirme. Mis brazos fueron a su cintura, los suyos sobre mi cuello. Repetimos el beso mariguano en la más enloquecida y deliciosa tanda de besos hasta que se acabó el cigarro. Y seguimos besándonos.
Me agarró descuidado y abrió la bragueta. Sacó mi verga. Se hincó y se puso a besarla. Luego se la metió en la boca. E hizo cosas divinas.
De pronto se puso de pie.
–¿Eso era lo que querías verdad, cabrón?
–Chiquita preciosa, ¿cómo te llamas, mi amor?
Se fue al fondo del cuarto y trajo un bote de pintura en espray de la que usan los grafiteros. Me roció el pecho, los hombros, el cuello, la cabeza y la verga parada, entre el insoportable olor a solvente químico actuaba minuciosa, como haciendo un trabajo especializado. Sólo dije sin demasiada convicción “No, espérame, no me pintes”.
Sonrió como demonio mientras apartaba el chorro de espray. Lo encendió con la flama del cricket.
Cuando dirigía la bocanada de fuego hacia mí salí corriendo. Tenía los pantalones hasta el suelo. En la desesperación no supe cómo me los quité. Alcancé a sentir la lumbre como el vaho de la dragona que me alcanzó a quemar un poco de cabello mientras salía vuelto madres y derrumbando cuanta madre.
Dos minutos después yo iba corriendo por Troncoso desesperadamente a las tres y media de la mañana. ¿Qué otra cosa puede hacer un encuerado en Troncoso a semejantes horas?
Una patrulla me dijo por su altavoz “deténgase, hombre desnudo que corre, deténgase…”.
Me detuve. Estaba temblando, jadeando, me ardía un poco la cara por la leve quemada; los rasguños no dejaban de palpitar, los putazos como clavos en la jeta; el cuello, el pecho, el bajo vientre, el calzón pintados de verde y los besos amargamente dulces, violentamente tiernos, dolorosamente suaves, la saliva con dulce sabor de mariguana continuaban en mis labios. No tenía sensaciones en el pene. Sino en los labios, los besos.
–Estás madreado, estás revolcado, estás encuerado, estás pintado de verde, ¿estás drogado? –diagnosticó el policía.
La luz de su lámpara en los ojos no me dejaba ver.
lunes, 1 de febrero de 2010
PULQUE PARA DOS
PULQUE PARA DOS
por Cristina de la Concha
Nuestro romanticismo desbordado ante esta frase no puede menos que evocar los tinacales, donde zumbidos rondan y alas diminutas interrumpen graciosamente la vista de la espuma de fermentación.
Nuestras evocaciones van más allá, a los paisajes de aridez de cactus, de nopales cercando los suelos arcillosos con terrazas bordeadas de pencas, pencas como manos extendidas cuyos dedos largos con uñas puntiagudas y filosas, solicitan, ofrecen. Terrazas en las que de vez en vez surge un meyolote con su quiote, las pencas menores se hincan ante esa majestuosa inflorescencia que, inocente, espera la castración, homenaje que el tlachiquero vendrá a realizar.
Lo vemos llegar para extirpar tejidos, hacer la “picazón”, eliminar la jícama, impedir cualquier retoño. La muerte del teómetl inicia, lenta, larga. Pasan noches, semanas. Escurren muchas lunas antes de la última gota, día a día lo raspa, mana su savia. Los mezotes sólo miran su perecer mismo y son sus propias espinas las que raen en capas delgadas haciendo languidecer al teómetl... y rezumar su espíritu blanco.
Con añoranza, vemos la escena del brote de vida, vida engendrada de la muerte que nos trajo la diosa Mayahuel.
Nos conmueve el acocote por el que aspiran la miel los labios carnosos de los tlachiqueros para verterla en las castañas y, así, nuestra cursilería innata regresa a la cuna del pulque con su embrión en burro para arrullarlo en las tinas.
Allí, ceremoniosas las minúsculas vigilantes aladas continúan blandiendo en el aire como navajas, cortando veloces con líneas delgadas para celebrar el banquete en odas zumbantes ante el rito: el catador pulquero, reconocible en el tono de su tez que va del rosa al colorado, en la generosidad con que su vientre está distendido y en el bigote aguamielero, cata escupiendo con ansias de ver aparecer el alacrán, silueta viscosa que indicará el punto de madurez sobre el piso.
Pulque para dos. Leche que encuentra el punto en su uniformidad, en el donaire con el que se niega a caer si resbala de la boca, en su espesura tendiente a la unidad. Bebida del Amor Divino y la embriaguez, nomás porque es leche que genera leche, fuente de energías fecundas, leche que fortalece la semilla viril... y si no lo creen, pregúntenle al burro que carga las castañas.
por Cristina de la Concha
Nuestro romanticismo desbordado ante esta frase no puede menos que evocar los tinacales, donde zumbidos rondan y alas diminutas interrumpen graciosamente la vista de la espuma de fermentación.
Nuestras evocaciones van más allá, a los paisajes de aridez de cactus, de nopales cercando los suelos arcillosos con terrazas bordeadas de pencas, pencas como manos extendidas cuyos dedos largos con uñas puntiagudas y filosas, solicitan, ofrecen. Terrazas en las que de vez en vez surge un meyolote con su quiote, las pencas menores se hincan ante esa majestuosa inflorescencia que, inocente, espera la castración, homenaje que el tlachiquero vendrá a realizar.
Lo vemos llegar para extirpar tejidos, hacer la “picazón”, eliminar la jícama, impedir cualquier retoño. La muerte del teómetl inicia, lenta, larga. Pasan noches, semanas. Escurren muchas lunas antes de la última gota, día a día lo raspa, mana su savia. Los mezotes sólo miran su perecer mismo y son sus propias espinas las que raen en capas delgadas haciendo languidecer al teómetl... y rezumar su espíritu blanco.
Con añoranza, vemos la escena del brote de vida, vida engendrada de la muerte que nos trajo la diosa Mayahuel.
Nos conmueve el acocote por el que aspiran la miel los labios carnosos de los tlachiqueros para verterla en las castañas y, así, nuestra cursilería innata regresa a la cuna del pulque con su embrión en burro para arrullarlo en las tinas.
Allí, ceremoniosas las minúsculas vigilantes aladas continúan blandiendo en el aire como navajas, cortando veloces con líneas delgadas para celebrar el banquete en odas zumbantes ante el rito: el catador pulquero, reconocible en el tono de su tez que va del rosa al colorado, en la generosidad con que su vientre está distendido y en el bigote aguamielero, cata escupiendo con ansias de ver aparecer el alacrán, silueta viscosa que indicará el punto de madurez sobre el piso.
Pulque para dos. Leche que encuentra el punto en su uniformidad, en el donaire con el que se niega a caer si resbala de la boca, en su espesura tendiente a la unidad. Bebida del Amor Divino y la embriaguez, nomás porque es leche que genera leche, fuente de energías fecundas, leche que fortalece la semilla viril... y si no lo creen, pregúntenle al burro que carga las castañas.
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